martes, 20 de febrero de 2018

La visita


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LA VISITA
Relato corto.
27 – 03 - 2016

Él habla mucho, aparece simpático, jovial. Ella permanece callada y con la mirada baja. Su padre, al que han venido a visitar, sufre las secuelas de un ACV: parálisis del lado derecho y terribles dificultades para comunicarse; sin embargo, sus funciones mentales permanecen correctas. Él ocupa todo el espacio con su verborrea, su fingida animación y sus ansias de protagonismo. Y yo me fijo en esa mujer callada cuya mirada parece querer perderse en el subsuelo contemplando la imaginaria tumba donde, tal vez, le gustaría desaparecer, sumergirse con ese padre que, en el dolor de su soledad, suplica que alguien le ayude a morir. Se pasa las horas muertas junto a la ventana de una antigua mansión reconvertida en residencia de la tercera edad, parece haber tomado posesión de ese lugar y lo asume como algo que le pertenece y que nadie tiene derecho a arrebatarle. La ventana es el único gancho del que cuelga el último retazo de vida que le queda. Mira a su hija y se le escapa una lágrima, sin un gesto, sin una mueca que trascienda al exterior el dolor que le embarga.

Frases cortas, preguntas rápidas que no esperan respuesta, pose dominante que, dado el escaso tamaño de la persona, se me antoja ridículo. No hay una palmadita amistosa para su suegro, para ese hombre vencido que implora su propia muerte; no se observa ningún gesto de compasión. Para él, el viejo de la silla, el padre de su esposa, no existe.

Me hubiera gustado leer en los ojos de ella, penetrar en su mirada. Pero no levanta la cabeza, sus ojos siguen taladrando el suelo. Imagino un inmenso vacío, un espacio de sombras, un torrente de voces ahogadas, un manantial de lágrimas seco, una vida que se apaga en silencio ante la falsa exhuberancia de un marido que ni siquiera la mira, y si la mira, no la ve; no quiere verla porque en el fondo tiene miedo, miedo a enfrentarse a la realidad que esconde. Su protagonismo bufo, le crea la ilusión de ser algo, ilusión  que se mantiene sobre la humillación de ella.

Miro aquella figura de mujer empequeñecida, apagada bajo el torrente de falsa personalidad que exhibe el marido, anulada por su verborrea incontenible y por una exhuberancia gestual más propia de un escenario de una obra cómica que de la situación de sufrimiento en la que se ven inmersos padre e hija. Me imagino el universo vibrante que hay detrás de ese silencio, las lágrimas derramadas en la oscuridad de la noche, las flores que engalanan los caminos imaginarios por los que transita en sus horas de soledad. Me imagino la noche en su alma al tener delante al marido, su deseo de sumergirse en la nada antes que la entierre la indiferencia o la humillación a que se ve sometida.
No recuerdo haber oído su voz, ni siquiera para preguntarle a su padre, aunque la respuesta de este quede colgada en la mirada de unos ojos que penetran donde las palabras no llegan. Tal vez se hablaron con los ojos, esa corriente de intimidades que circula entre dos personas al margen del mundo que los rodea. Sí, es posible que ella le transmitiera todo su dolor. Su padre lo sabe, lleva demasiado tiempo leyendo en los ojos de esa hija, demasiado tiempo soportando la ópera bufa de ese personaje que alimenta su ego con las lágrimas de ella.

-Bueno, que se mejore- Dice él dando por terminada la visita.

Ella se acerca a su padre, sus ojos se encuentran y ambos se sienten fundidos el uno en el otro. No hay palabras, ¿para qué? ya se lo han dicho todo. Con un beso suave en la mejilla, ella le transmite todo el calor humano que lleva dentro y se despiden, no saben si por última vez.


Francisco Murcia.

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