Aunque me lo ordene el cielo
No quiero que desaparezca de mi
el suave tremolar de la brizna ya
olvidada,
el escondido aleteo del pétalo
abandonado,
el leve revoloteo de la mariposa que
nadie ve,
no quiero dejar de aspirar el perfume de
las rosas.
No quiero, no, aunque me lo ordene el
cielo,
dejar de oír el arrullo de aquella
paloma herida,
y el trino de los jilgueros que, de
paso,
se han pasado en mi ventana.
Y si el cielo me lo ordena, iré a su
encuentro, y le diré
que me arrebató una vida que yo escribí
con una brizna de hierba que reposaba en
el suelo.
Francisco Murcia.
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