Alma que
grita al viento
20 – 03 - 2019
Las sombras de los olvidos no arañan el trébol
que llora de soledad en la oquedad del silencio.
No se retuerce el ocaso
en las blondas olvidadas de los abismos inciertos.
No son estrechos los segundos que marcan el paso de
los olvidos
ni el destino deambula arañado por las crueles
espinas
de momentos escapados de su tiempo,
ni lloran las flores los rocíos que anuncian las
madrugadas.
Malabarismo,
tan solo malabarismo de sonidos y palabras que se
enlazan,
construyendo esos castillos de apariencia literaria,
sin saber dónde colocan las almenas o ventanas,
dónde las torres enhiestas,
dónde los pasadizos o el foso de la defensa.
Lágrimas derramadas en oscuras soledades
riegan el jardín donde crecen las palabras que se
trenzan
para peinar las tristezas que nos oprimen el alma.
Y nos sentimos poetas para no morir de pena,
y gritamos los poemas,
enlazando torpes versos como perlas,
como gotas de rocío que construyen los efímeros
collares
que se ha de llevar el sol a los primeros rayos del
alba.
No son las emociones los pétalos de una rosa
que vuelan a la deriva entre las olas del viento;
son la tempestad del alma,
son sus nubes y su cielo,
sus lágrimas, sus risas, sus anhelos;
son ese yo escondido que sufre
y retuerce las palabras porque llora,
para vestir de sonrisas las honduras de su pena.
Nada de eso es posible según enseñan las ciencias,
entonces,
¿por qué lloro en soledad
y me surgen las palabras que riego profusamente
con el caudal de mis lágrimas?
¿Por qué me arañan las sombras y me hieren,
por qué me siento perdido en medio de los silencios?
¿Por qué se pierde el ocaso en los abismos inciertos?
¿Por qué sangran las heridas de males que no
recuerdo?
No, no son meros arabismos literarios,
no es vacía orfebrería la palabra de los versos,
ni caprichosos trenzados de suspiros y lamentos.
Son lágrimas que tienen voz,
voces que tienen alma,
alma que grita al viento
para que el viento la lleve lejos,
allá donde los recuerdos se diluyen y se pierden,
allá donde los momentos tejen la eternidad,
allá donde los relojes ya no sirven,
donde no se cuentan los segundos, ni las horas ni los
días,
donde ya no hay horizontes,
donde se termina el tiempo.
Francisco Murcia