Tonterías.
10 – 01 – 2020
Cuando ya has
transitado los años aquellos en los que las fantasías cabalgaban a ras de
tierra como potros inocentes que corren alocados, y ya has pasado los días
aquellos en los que la prisa voraz ha devorado tu tiempo, cuando al fin, dejas
de remar porque ya no hay playa a la que arribar, entonces y solo entonces, te
dejas llevar por la corriente, te tumbas panza arriba en las plácidas ondas de
la vida, exhalas un amplio bostezo, y contemplas resignado esas hojas del otoño,
que se llevan con el viento lo que has escrito en ellas mientras ibas caminando
Mecido por el
silencio, contemplas el ocaso mientras sueñas, ya despierto, en esa puerta del
cielo donde un día llamarás, y tendrás que llamar. Aún sientes los rescoldos de
energía bajo esa capa gris, ascuas adormecidas que aún brillan tenues bajo esas
densas cenizas que se van acumulando. Sonríes. ¡Qué cosas!, te dices. El sol
pinta el horizonte con los óleos purpúreos con que se anuncia la noche y una
sombra de sospecha difumina la sonrisa, se acentúan las arrugas que la vida ha
ido dejando, y en medio de las penumbras, comienzas a preguntarte el porqué de
las estrellas que vienen a saludarte.
¡Tonterías! Das al
aire un manotazo para espantar esos duendes que un día sí y otro también, al
contemplar el ocaso, te susurran al oído: “Ya sabes que todo es un cuento, pero
entonces… ¿cómo se hizo todo esto? Recuperas la sonrisa, te dices que son
bobadas, y en una calma apacible, en una almohada vacía, reproduces de memoria
el lugar de las estrellas y hasta tratas de contarlas. Con tus ojos bien abiertos,
perfilas una y mil veces los objetos y las sombras que en tu solitaria alcoba
dibuja una lamparita que te han dejado encendida. ¡Tonterías! ¡No son más que
cuentos! Dejas de sonreír y piensas en las estrellas.
Ha empezado un nuevo
día. Se apagó la lamparita. Ya no hay brillo en los rescoldos que dormían bajo
la densa ceniza. Ya todo es polvo y olvido. Pero quedan las estrellas, una
tímida llamada en la puerta de los cuentos y una sonrisa que vuela mientras
cuenta los luceros.
Francisco Murcia
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