domingo, 30 de junio de 2019

El paisaje de los cuentos

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El paisaje de los cuentos.
28 – 06 - 2018

Ya no me acuerdo,
hace tanto tiempo y era tan pequeño.
Ahora de mayor,
otro más mayor que yo,
que ya era padre cuando yo era un rapazuelo,
me dice que yo miraba las estrellas,
y preguntaba por qué no se caían,
por qué estaban en el cielo
y cómo se sostenían.
En fin, curiosidades de niño
que veía en los luceros los paisajes de los cuentos.

Noches tibias de verano,
imaginando caminos para ir a las estrellas
y guardarme una de ellas en el hueco de mis manos,
para bajarla del cielo
y dejarla en la carroza de la bella Cenicienta.
Cosas de niño inocente que plantea
preguntas inocentes sobre todo lo que ve,
sobre todo lo que siente.

Sentado a la orilla del tiempo,
sigue observando la vida,
deja de ver en los cuentos el paisaje de los cielos,
y sabe que las estrellas no hay nadie que las sostenga,
que no caben en sus manos.
Y aquella niña de trenzas en la que vio a Cenicienta,
nunca tuvo su carroza,
ni su pie calzó el zapato de cristal ni hubo príncipe
que la salvara de las arrugas del tiempo.

Ya no me acuerdo,
ha pasado tanto tiempo.
Pero lo han dicho los viejos,
aún más viejos que yo,
que entonces, cuando era niño,
preguntaba por los cielos y me acostaba muy tarde,
porque quería saber qué sostiene a los luceros en lo alto,
por qué no caen al suelo,
y si no alumbran la noche,
por qué siguen en el cielo.

Se lo pregunté a los viejos,
cuando yo era muy niño.
Ellos se sonreían,
yo sospechaba en su mirada un no sé qué escondido,
pero nadie me decía la razón de las estrellas.

Y así crecí,
sentado a la orilla del tiempo viendo pasar la vida,
arrojando a su caudal toda aquella fantasía,
haciéndome mayor dirían ellos,
y yo diría esbozando una sonrisa,
más bien amarga,
apenas de cortesía,
que la vida me robó lo único que valía:
el paisaje de los cuentos.


Francisco Murcia.

miércoles, 19 de junio de 2019

El infierno en un segundo

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El infierno en un segundo.
19 – 06 - 2019

Qué momento fue aquel
en que la turbia nube oscureció tu amor,
qué momento fue aquel
en que Dios te abandonó,
qué segundo de tu tiempo se perdió
en las simas profundas de tu infierno,
por qué fui yo ese peldaño vacío
donde tu pié tropezó y cayó,
arrastrándome a las simas oscuras de tu ira.
Solo era un niño que se enamoró de un silbato
de esos de afilador.

El pie sañudo cayó sobre aquel cuello inocente,
y aún respira los ecos de los llantos,
y aún sigue buscando aquel cariño escondido,
en la huella de aquel pie.

Habré de vivir tantos días que no pueda contarlos,
habré de soñar mil sueños,
y ver en cada uno
el rostro que me ocultó la oscuridad y mi llanto.
Y lo soñaré hermoso,
borraré aquel segundo,
secuestraré ese momento
y buscaré ese peldaño vacío donde tu pie tropezó.
Me tomarás de la mano,
borrarás la huella de tu pie que tus lágrimas anegan,
y juntos, al fin, podremos seguir soñando,
yo salvando a Blancanieves, y tú,
tú soñando en ese amor que se escondió
para no ver ese infierno
que duró sólo un segundo.



Francisco Murcia.

jueves, 13 de junio de 2019

Si te llamara

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Si te llamara
11 – 06 - 2019

Si te llamara, mi voz
se perdería en la sima profunda de mi melancolía.
No me escucharías, no; lo sé,
porque yo no oigo tu voz,
sé que tú no me llamas y me siento vacío.
Una tormenta de vientos y de brisas encontradas
hinchó las velas de nuestros navíos
en direcciones opuestas.
Hoy sé que tu puerto está
a dos mundos de distancia
y sin embargo,
lo veo tan cerca,
que hasta huelo la sal de sus aguas.

Cuatro calles de distancia
y un universo por medio.

Si te llamara,
la hojarasca del otoño apagaría mi voz
y tú, que aún luces de los frutos
los brillos que el verano les dejó,
sigues perdida
en un mundo que ya no es el mío,
que ya no es el nuestro,
que ya no es aquél
donde fuimos los héroes de los cuentos,
aquél donde mis dedos
escribían en la palma de tu mano,
aquél donde mi mano leía los mensajes
que tus dedos escribían a escondidas
y que tus labios envolvían en una tierna sonrisa.

No hay ríos ni montañas que separen nuestro sino,
no hubo océanos
ni vientos zozobrando nuestro amor;
tan sólo una sima de silencios y penumbras,
un desierto de espejismos y de sed,
una ausencia de palabras
que se quedaron adentro,
muy adentro,
donde se esconden los miedos
y se pudren los secretos.
Tal vez, si te llamara,
alguna hoja perdida recogería mi voz,
mecida por la brisa grabaría mi susurro
y un acaso inesperado la llevaría hasta ti,
entornarías los ojos,
tus labios esbozarían una amago de sonrisa
y como antaño en mi mano,
tus dedos escribirían en los pliegues de la hoja
ese suspiro anhelado que se quedó en el camino,
en medio de cuatro calles,
y a dos mundos de distancia.

Francisco Murcia.



viernes, 7 de junio de 2019

La fugacidad de un te quiero

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La fugacidad de un te quiero
28 – 05 - 2019

No hay eternos más fugaces ni más entregados que los del amor. Todos ellos son sinceros, todos ellos llevan escrito en cada latido el siempre ese que no dura más que los segundos del último suspiro. Sin embargo nos los creemos, y nos los creemos porque necesitamos creerlos. ¿Qué sería del amor sin esa entrega que imaginamos eterna y que dura solamente lo que duran los segundos que se tarda en pronunciar la frase, mientras aún está fresca la humedad en los labios del último beso? ¡Te amaré siempre!, decimos arrobados, conjugando las palabras con el murmullo que deja el roce de unos labios en el rojo encarnado de ese lóbulo, que espera ansioso un anticipo de los anhelos que imagina. ¡Siempre te amaré!, escuchamos, condensando cada átomo que te trae la brisa, transportando los aromas que cabalgan los senderos de los íntimos deseos. Y sin embargo, ambos saben, él y ella, que la eternidad que prometen solo durará un momento, apenas un suspiro en el reparto del tiempo, apenas el leve vaivén de una hoja con la que juega la brisa. Pero nos lo creemos, y lo creemos porque necesitamos creerlo, porque sin esos momentos, tal vez nuestra existencia estaría tan vacía y sería tan baldía, como lo es ese pétalo desprendido del capullo que, seco y sin los aromas que lo hicieron generoso, se ve vagando en el éter, como una muestra funesta de lo que el tiempo depara cuando saltas del capullo sin motivos ni destino.

¡Pero qué bien suena! ¡Siempre te amaré! Escuchamos, y respondemos, ¡siempre te amaré! Y condensamos en esos segundos toda la eternidad, la única en la que podemos creer, la única en la que merece la pena creer. Todo lo demás es accidental, momentáneo, prisionero de las leyes crueles que lo condenan a la inexistencia, al no ser, porque en realidad, nunca han tenido la esencia que les permitía ser.

Porque ser y estar son diferentes. Están los jardines mientras los miramos y las flores nos regalan un trocito de hermosura; está la mesa en la que tomamos café mientras dibujamos en el humo los perfiles que seducen; está la enfermedad, que te recuerda que tu cuerpo también está, solamente está, y como tal, está destinado a perecer; está todo lo que te rodea, hasta el viento que transporta ese “tequiero” que has incorporado a la esencia de tu ser. Y es que el amor pertenece al ámbito del ser, no del estar. Uno, cuando se enamora, deja de estar, es un alma abierta, que ha introducido en su ser ese segundo eterno que unos labios escribieron en el umbral de su esencia, y deja de ser lo que era para ser alguien distinto. Desde entonces, dos seres se funden en uno, y todo lo demás sobra, no existe. El ritmo de los eones para su reloj, arranca el segundo de las corrientes del tiempo y lo guarda en el sagrario donde se adora lo eterno.

Fuera, los segundos seguirán pasando, y los días y los años se sucederán sin pausa, la piel se arrugará, lo susurros quedarán convertidos en gemidos de agonía y aquellos ojos que contemplaban el paisaje mirando dentro del alma, perderán su transparencia, perderán el brillo que regalaron cuando un “tequiero” surgió de unos labios generosos. Pero aquel segundo, el estuche donde se guarda esa pizca de lo eterno, ahí seguirá guardado, en el sagrario donde el tiempo no transcurre y el infinito es posible.

El contacto de los cuerpos firma con sangre lo inevitable del tiempo, lo que transcurre, lo que nace, crece y finalmente muere; cantan los latidos, en ritmos acompasados, las canciones de la vida y nos vemos navegando en mágicos universos. Y entonces nos lo creemos: ¡Siempre te amaré! Pero sólo es un deseo, un anhelo, tal vez la expresión del primero de los miedos: no te vayas, porque si me quedo solo, ya no seré en mi esencia y tal vez no recupere el ser aquel que yo era cuando tú escribiste un “tequiero”.


Francisco Murcia.

martes, 4 de junio de 2019

Nada es real


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Nada es real.
4 – 06 - 2019

La realidad más firme que podáis imaginar, la que percibáis como intangible, aquella que hiere vuestro tacto y penetra por vuestros ojos, la que podéis gustar, la que inhaláis en cada respiración, esa realidad no tiene mayor consistencia en el devenir de los arcanos del universo, que la que se desprende de la ilusión de la existencia. Pues no hay nada cuya esencia sea por sí misma, excepto aquella que se desprende del pensamiento cuando éste, peldaño a peldaño, fabrica las escaleras que nos conectan con el infinito. 

Dicen los sabios, que el universo no existe, su realidad no es mayor que la que se desprende de los datos grabados en el disco duro que gira en el horizonte donde se determinan los sucesos de un agujero negro infinito. No somos más que datos, y sin embargo, sentimos el aire, y vemos las estrellas, y nos duelen los huesos cuando tropezamos, y lloramos cuando algo tan insustancial como el amor nos abandona. Si, lloramos por esas miradas perdidas, por esos labios entreabiertos que desgranan sus sonrisas en direcciones opuestas. Pero todo eso no es más que datos, la escritura de un dios desconocido en el horizonte de su poder.

Puede que no seamos más que imaginaciones oníricas de un dios que duerme la siesta después de la creación. Pero ese dios, en sus sueños, me dibuja peinándote tus cabellos, y configura tus ojos en miradas que me quitan el sentido. ¿He de pensar, cuando arrobado te miro, cuando contemplo mi imagen reflejada en tus pupilas, que no existes? ¿He de pensar cuando tu piel me electriza, cuando bebo tus suspiros, que yo no existo? Sin embargo, tal vez sea cierto, porque al llegar la mañana ya no te encuentro a mi lado, porque tu voz y tu acento, tus aromas y tu pelo, tan solo han sido un sueño, los restos ya casi olvidados de mis ocultos anhelos.

Y más allá de mi mismo, ¿he de pensar que esas madres de pechos secos colgantes, que esos hijos que mueren en los regazos con sus miradas perdidas, que esas costillas salientes que configuran la muerte, no son ciertas? Entonces, ¿qué es el sufrimiento, a qué viene todo esto? ¿Por qué juegas en tus sueños con una realidad que sólo existe en tu mente? ¿Por qué cuando digo amor y estoy mirando a unos ojos, me siento tan real, que me ofrezco en sacrificio a una sonrisa amorosa. Sin embargo, esa sonrisa dura lo que dura el sueño; pues más allá ya no hay nada, y cuando insinúo un beso, esos labios se perdieron. ¿Es mi sueño o es el tuyo? ¿Dónde estaban esos labios que insinuaron un beso, dónde aquellos aromas que me trajeron los vientos, dónde la tierna mirada donde yo vi ese mensaje que grabé con sus palabras? Yo creí que era cierto, pero estaba equivocado; solamente era tu sueño. Así jugaste conmigo cuando creaste los ojos donde se vieron los míos.

Y si nada es real, ¿por qué te veo en mis sueños?

Francisco Murcia.


Oh, las palabras

  Oh, las palabras 20 – 10 – 2023   Las palabras bullen dentro de mi como fieras enjauladas, van y vienen, se vuelven y revuelve...