
El paisaje
de los cuentos.
28 – 06 - 2018
Ya no me acuerdo,
hace tanto tiempo y era tan pequeño.
Ahora de mayor,
otro más mayor que yo,
que ya era padre cuando yo era un rapazuelo,
me dice que yo miraba las estrellas,
y preguntaba por qué no se caían,
por qué estaban en el cielo
y cómo se sostenían.
En fin, curiosidades de niño
que veía en los luceros los paisajes de los cuentos.
Noches tibias de verano,
imaginando caminos para ir a las estrellas
y guardarme una de ellas en el hueco de mis manos,
para bajarla del cielo
y dejarla en la carroza de la bella Cenicienta.
Cosas de niño inocente que plantea
preguntas inocentes sobre todo lo que ve,
sobre todo lo que siente.
Sentado a la orilla del tiempo,
sigue observando la vida,
deja de ver en los cuentos el paisaje de los cielos,
y sabe que las estrellas no hay nadie que las
sostenga,
que no caben en sus manos.
Y aquella niña de trenzas en la que vio a Cenicienta,
nunca tuvo su carroza,
ni su pie calzó el zapato de cristal ni hubo príncipe
que la salvara de las arrugas del tiempo.
Ya no me acuerdo,
ha pasado tanto tiempo.
Pero lo han dicho los viejos,
aún más viejos que yo,
que entonces, cuando era niño,
preguntaba por los cielos y me acostaba muy tarde,
porque quería saber qué sostiene a los luceros en lo
alto,
por qué no caen al suelo,
y si no alumbran la noche,
por qué siguen en el cielo.
Se lo pregunté a los viejos,
cuando yo era muy niño.
Ellos se sonreían,
yo sospechaba en su mirada un no sé qué escondido,
pero nadie me decía la razón de las estrellas.
Y así crecí,
sentado a la orilla del tiempo viendo pasar la vida,
arrojando a su caudal toda aquella fantasía,
haciéndome mayor dirían ellos,
y yo diría esbozando una sonrisa,
más bien amarga,
apenas de cortesía,
que la vida me robó lo único que valía:
el paisaje de los cuentos.
Francisco Murcia.