Reflexión
sobre la utopía y lo imposible.
11 – 06 –
2022
Cuando
pienso en la utopía se viene a mi mente la imagen de una nube blanca,
inmaculada en la que puedo escribir las páginas de mis sueños con la esperanza
de que se cumplan. Veo una puerta entreabierta por cuya rendija se escapa un
haz de luz cristalina que escribe en mi ánimo la realidad de un imposible.
Ahora bien, un imposible es un muro impenetrable tras el cual solo espera la
nada en toda su sordidez y vacía plenitud. Sin embargo, la utopía no tiene por
qué ser un imposible, siempre dejara abierta la puerta de la esperanza y tras
ella, la promesa de un paraíso cuyos colores ya visten tus ilusiones.
Imposible!
La palabra en sí misma contiene un fondo oscuro donde se ahogan las ilusiones,
perece toda esperanza y los latidos del corazón se convierten en tañidos de
lúgubres campanas. Porque un imposible es la esencia de la nada, es el más allá
que no está en ninguna parte, una no existencia que jamás alcanzará la
posibilidad de ser algo. Un imposible es la negación de sí mismo, son huellas imaginadas
que se esfuman del paisaje de la ilusión, lágrimas secas, sordos sonidos sin
palabras, palabras sin voz, notas sin pentagrama donde colgar sus lamentos. El
imposible se esconde detrás de la derrota, en ese rincón oscuro donde las
frustraciones se cubren de polvo en el desván de nuestros recuerdos.
Pues bien,
la utopía es el único campo donde el imposible puede perfilar la sombra de su
existencia, plantar la semilla de lo que podría ser, cultivar la pasión de la
esperanza, regar los surcos con el don de la fe. En definitiva, utopía e
imposible no son términos contrarios. Donde el imposible cierra la puerta, la utopía
abre la ventana y nos muestra el paisaje de los sueños. En definitiva, la
utopía es ese espacio entre el no y el sí donde se define lo que queremos
ser.
Francisco
Murcia.
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