sábado, 24 de julio de 2021

Dialoguemos

 



Reflexiones sobre DIALOGUEMOS, de Juan Calero Rodríguez.

8 – 06 - 2021

“Todo hombre necesita un monte en que rasgar sus vestiduras”. Frase de Carlos Morales del Coso con la que nuestro amigo, Juan Calero nos abre la puerta a su segunda entrega, DIALOGUEMOS, de su poemario El hijo del hotelero.

La frase de inicio ya nos abre la puerta a los sentimientos que animan esta prosa poética. “Sentémonos a hablar como nunca lo hicimos”, dice dirigiéndose a su padre; “no echar de comer panes a los peces”, es decir, no se trata de hablar por hablar, se trata de mirar frente a frente la ineludible realidad de la muerte y, ante ella, desnudar el alma, desgarrar las vestiduras no en el umbroso y oscuro secreto de un monte, sino ante el ser que nos ha dado la vida y al que le debemos tantas palabras que siguen ahí, en algún antro de nuestro yo cobarde, confuso y algo perdido, hasta quemarnos por dentro. Tenemos hambre de ser, tanta, que nos olvidamos de las palabras que quedan colgando en el abismo cuando el puente de la inocencia se va disolviendo en una supuesta madurez insuficiente.

DIALOGUEMOS da la impresión de un grito que ya llega tarde. “Mira, padre, deseo tantas cosas en la vida”, confiesa el autor, y nos dice que las más importante es: “conversar contigo”. Es una confesión cuyos ecos deberán trascender más allá de la levedad de la muerte, un lugar donde el alma alcanza su plenitud y el yo llega tal cual es, ya no hay vestiduras que rasgar.

Y es que desnudar el alma no es fácil, como no lo es morir. “El alma es red de agua”, dice, en su último párrafo, y deja un cierto temor por esas palabras que se quedaron dentro y que cada día van pesando más y más. DIALOGUEMOS ahora que me puedes ver por dentro.

Francisco Murcia Periáñez

lunes, 5 de julio de 2021

Los suspiros del ocaso









Los suspiros del ocaso.

24 – 04 – 2021

Los pueblos pequeños se van quedando como esos árboles viejos con los que hemos crecido y en cuyo tronco, retorcido por la furia del viento y los años, recostamos nuestro cansancio y nos convertimos en espíritus contemplativos, divagando un pasado que ya no nos pertenece y que se va diluyendo entre recuerdos que ya no sabemos si son recuerdos o simplemente imaginaciones que inventamos para dar sentido al vacío que nos queda por delante.

Sin embargo, al ir contando los días en un calendario que ya no tiene repuesto, mejor no arrancar las fechas, dejarlas ahí, como si la vida se hubiera cansado de caminar y se estuviera dando un respiro y mientras, compartir voces amigas ante un vasito de vino y tentar una suerte que ya de poco nos sirve; ya conocen el refrán: "Dios le da las nueces a quien no puede roerlas". Ya no nos quedan dientes con los que roer los tropiezos que aún quedan en el plato de la vida, para nosotros el caldo, y gracias.

No puedo decir que sienta las despedidas cuando tienen lugar a su tiempo y ya no quedan más hojas que arrancar del almanaque; al fin y al cabo, lo percibo como una vacío, no como dolor, sino como ese vano que queda al borde de un precipicio al que, inexorablemente, nos vamos acercando y no podemos evitarlo.

Ah!, dónde quedaron los días de aquellos niños tiritones, de vientres abombados y frágiles patas de alambre. Aterrados, mostrábamos al maestro nuestros dedos ateridos y apiñados para recibir en ellos la torturadora vara de un maestro que nos preguntaba algo y nos quedábamos mudos, bloqueados por el miedo. Despachan en el bar los pinchos, vino y cerveza, pero hay algo que se goza y que no está en el menú ni viene en botellas lujosas, es algo que la vida te regala simplemente porque estás vivo, porque percibes los ecos, las risas y las miradas que compartieron contigo esas fechas ya lejanas que escribieron los paisajes de páginas que llevamos hasta el último suspiro, ese ¡hola! y ¡hasta luego!, que te regala el amigo, aquel que creció contigo.  

 

Francisco Murcia. 

Oh, las palabras

  Oh, las palabras 20 – 10 – 2023   Las palabras bullen dentro de mi como fieras enjauladas, van y vienen, se vuelven y revuelve...