martes, 17 de diciembre de 2019

Mi navidad de niño

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Mi navidad de niño
6 – 12 - 2019

Calientan con sus gritos la gélida brisa de invierno.
Los pies casi descalzos, apenas una sandalias,
dos calcetines raídos y un pantalón remendado mil veces,
sabañones en los pies, sabañones en las manos,
y sin embargo, una sonrisa en los labios,
y unos ojos juguetones desafiando al invierno.

Tú tienes que perseguirme, porque yo soy el ladrón.
Yo quiero ser el ladrón, no quiero ser policía.
Rápidos como el viento cruzan las calles y plazas
y se ocultan ateridos en un rincón escondido.

Son días de Navidad y no hay que ir a la escuela,
no hay que rezar el rosario con las rodíllas
hincadas en ese suelo de tierra,
ya no te dan con la vara en la punta de los dedos
por no saber la lección.

Lánguidas lenguas de fuego
calientan unos pucheros con cuatro papas y un huevo,
lo del huevo cuando es fiesta, porque si es día de diario,
viudas las papas se quedan.

Pero hoy es Nochebuena  y mañana es Navidad,
y los mayores entonan:
“Saca la bota, María, que me voy emborrachar”
Y nosotros, los pequeños,
pegaditos junto al fuego,
olemos la pepitoria que ha preparado mamá,
porque hoy es Navidad,
y aunque sea por un día,
hoy no hay papas en la mesa,
hay sopa sabrosa de caldo y gallina en pepitoria.

Yo todavía soy niño y creo en los Reyes Magos,
y quisiera ser muy malo
y que trajeran carbón, mucho carbón,
para calentar los pies, para calentar las manos, 
aunque me duelan y piquen los malditos sabañones.

Solo quiero el calor de esa llamita de hogar
donde hierve ese puchero,
un “tequiero” de mamá,
y recorrer todo el pueblo siendo en mi juego el ladrón,
y que me busque mi amigo que hace de cancerbero.  


Francisco Murcia.

miércoles, 11 de diciembre de 2019

Antes de salir el sol

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Sonetos para un adiós.

Antes de salir el sol.
Soneto libre XXXIV
18 – 04 - 2019

Camino con pasos perdidos sin saber dónde me llevan,
caminos no elegidos que me obligan a dar pasos
y más pasos a los que no hallo sentido;
contemplar bellos ocasos sin una mano en la mía,
añorando mi reflejo dibujado en sus pupilas.
Oh, qué hermosas aquellas nubes que dicen adiós al sol,
algodonales que el cielo nos regala donde busco su figura,
y espero, componiendo con mis dedos siluetas imposibles,
donde colocar sus ojos, donde colocar su boca,
donde mandar esos besos que ya no encuentran destino y espero,
espero la noche donde no encuentro la luna
Susurro entre penumbras su nombre y lo escribo
en el hueco vació de la almohada donde peiné sus cabellos
donde ella escribió su adiós antes de salir el sol.


Francisco Murcia


lunes, 2 de diciembre de 2019

Un viejo olivo

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Un viejo Olivo
26 – 11 - 2019

Hay un olivo al que le tengo cariño,
es de tronco viejo, retorcido,
está a la vera del camino y me ofrece su sombra,
poca,  porque sus frondas
ya no tienen el esplendor de pasadas primaveras
y el sol parece sonreírle cuando los rayos esquivan sus hojas
y dibujan en el suelo caprichosas formas
que a veces semejan letras que van cambiando,
como escribiendo ocultas historias,
tantas como han quedado grabadas
por el buril de los tiempos en su arrugada corteza.

Me gusta sentarme a su lado,
recostar mi espalda en su tronco
mientras trato de leer en las sombras de las hojas
las esquirlas de las huellas que el tiempo ha ido dejando.

Se trata de un olivo abandonado,
un don nadie entre olivares altivos,
un pobre desposeído ahíto de sed y de años,
que a la vera del camino, humilde,
ofrece su sombra y un par de frutos amargos,  
que solo son el recuerdo de años mil que ya pasaron.

Está en un altozano donde el camino se quiebra
y doblega su cerviz para bajar hasta el valle.
Tiene en el tronco una antigua cicatriz, muy antigua,
 en forma de corazón, muy profunda,
pues la sangre de su savia resbala aún
como lágrimas del alma por los surcos de mi cara.

Juntos, él, viejo de años mil, y yo,
un viejo de pocos días que ya ha vivido mil años,
hablamos y conversamos,
y él me cuenta que ha visto pasar los siglos
y ha vivido mil tormentas,
pero ninguna, me dice, ninguna
ha quebrantado su fuerza ni doblegado su ánimo.

Ay! Cuánto diera, viejo amigo,
por un corazón de árbol,
un corazón de madera que ardiera
bajo el tórrido desierto de soledades inmensas
y en cenizas,
disolviera entre la brisa las burbujas de mis sueños.
Ay! cuánto diera, viejo amigo,
por llevar un corazón grabado en mi piel,
que sangrara por amor y latiera junto al mío
bajo tu sombra serena, estimado y viejo amigo,
aquí, en este altozano donde se quiebra el camino.

Francisco Murcia.



Oh, las palabras

  Oh, las palabras 20 – 10 – 2023   Las palabras bullen dentro de mi como fieras enjauladas, van y vienen, se vuelven y revuelve...