
Y la
felicidad, ¿dónde está?
15 – 05 - 2019
Pasada ampliamente la media noche, cuando ya la
alborada hiere la oscuridad con sus primeras penumbras, en la serenidad de una
calle desierta que filtra sus sombras a través de mi ventana, sentado al
ordenador ante esta página en blanco que me urge, que me llama con insistencia,
siento un río de lágrimas que no encuentra la fuente donde derramar todo ese
pesar que transmiten las notas de El pianista, toda la grandeza y la ignominia
del ser humano. Cada nota penetra en mí como un cincel que modela los paisajes
de mi dolor. Dolor por una humanidad que construye un universo de infinita
belleza sobre los abismos de las oscuridades más profundas. ¡Dios mío! cada
nota es un lamento, cada nota una lágrima, cada nota una caricia, cada nota una
promesa de que algún día saldrá el sol, y brillarán esas rosas que la maldad
aplastó.
Escucho las notas y veo látigos y rosas, arteras
sonrisas de muerte y lágrimas de perdón, veo los llantos de un niño y las
entrañas de una madre cruelmente rasgadas. ¡Dios mío!, veo rapadas cabezas y
costillas descarnadas, ojos desorbitados que no miran a ninguna parte. Las
notas siguen cayendo, estoy sólo en la noche y la penumbra de la calle apenas
deja ver un rostro que, sin duda, está llorando. Llueven las notas en mis oídos
y siento su humedad en mi alma. Y me pregunto por qué. No lo entiendo. No
entiendo el llanto de un niño, no entiendo los gritos de una madre, no entiendo
la maldad; no la entiendo. No entiendo esa resignación que nos dice ¡así es la
vida!, como una maldición inevitable. No, así no es la vida, la vida es como
nos la hacemos unos a otros. El pianista construyó ese rosario de notas,
semillas de las flores del jardín que plantó en el alma; el verdugo construyó
el hacha, los campos de tinieblas y el fuego que consume las entrañas. El
pianista y el verdugo, el día y la noche, el dolor y el sufrimiento. ¿Y la
felicidad, dónde está?
Francisco Murcia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario