Asiento
vacío.
30
– 08 – 2022
Vi
los asientos vacíos un día y me extrañé. Siguieron vacíos. Aquellas caras que
me eran tan familiares, esa sonrisa al inicio de la marcha cuando el sol está
dudando, partido por un horizonte lejano que se adivina en el mar, ese ¡hola!
casi anónimo esbozado en un amistoso gesto, y el otro, que también los hay, que
expresa a viva voz vestida de simpatía que eres parte del entorno donde
reparten sonrisas, charlas de andar por casa, cosas simples de la vida que, al
final, solo son meros matices, anécdotas ya vividas con las que cocinamos la
sabrosa guarnición de unos momentos de charla bajo el dosel de La Rambla.
Pasan
dos o tres días. Los asientos siguen vacíos y, poco a poco, la sospecha ominosa
de una nube negra va haciéndose grande dentro de mí. Algo ha pasado, me digo; y
sigo la marcha arrastrando los presagios de un desgraciado quizás. Ayer lo vi.
Un cartelito en una cuartilla blanca donde creí leer que aquel asiento era el
de Paco. Caí en la cuenta que nunca conocí los nombres de aquellos tertulianos
con los que he cruzado un ¡hola! durante dos o tres años. Hoy me detuve. Leí
con atención: RIP, un ramito de flores y un nombre: Paco, la voz vestida de
simpatía que respondía mi ¡hola!
Ya
venía de regreso. Los pies que andaban ligeros de pronto dejaron de caminar,
comenzaron a dudar entre arrastrar su pesar o trasportar dignamente el dolor de
aquel silencio, ese mínimo espacio que, a la salida del sol, ocupaba ese ¡hola!,
y la imagen del asiento ya vacío, convertido en el andén donde evadirnos del
tiempo mientras esperamos ese último viaje, el último tren que nos ha de llevar
libres ya de obligados equipajes. Siento que no volverá a ser lo mismo. Una voz
se ha perdido para siempre, un ¡hola! como puente colgante que conectaba dos
orillas de un mismo río, que nunca se conocieron más allá del ligero rumor de
la corriente discurriendo mansa, con la placidez que da el contemplar los
ocasos como el más bello final. Me siento ante el teclado. La imagen de Paco,
mi simpático tocayo, sigue anclada en el asiento. Yo sigo dejando un ¡hola! a
mi paso por La Rambla, escucho atento la brisa y me parece distinguir entre el murmullo
de las hojas los ecos de una sonrisa. RIP, amigo Paco. Nos veremos más allá del
horizonte donde ya no llega el sol, donde me espera un asiento y tu ¡hola!,
aquel que se quedó pendiente entre el rumor de palomas y el ramaje de La
Rambla.
Francisco Murcia.