Érase una vez un poeta.
30 – 08 – 2021
Érase una vez un cualquiera, un don nadie, una
esquirla que la indiferencia dejó olvidada,
una pizca de la nada que, para sentirse algo, a la
insegura levedad de la llama de una vela, comenzó a escribir palabras y
trenzarlas como había escuchado que hacían los poetas.
Casi sin darse cuenta encontró primero un verso, se
lo recitó a sí mismo en silencio, lo repitió cien veces y las cien le pareció
bello. El primer verso de su vida. Era feliz, había encontrado una ventana por
la que asomarse al mundo y compartir su soledad. A esa primera vez le siguieron
otras mil, trenzando versos, contando historias de dolor y fantasía, de amores
imaginados. Y se creyó un poeta.
Siguió cruzando las letras, mezclando extrañas
palabras entre versos y poemas, inventando mil maneras de que la piedra y el
arpa hablaran el mismo idioma, de que lloraran sangre los vientos y la lluvia
fueran árboles que crecían en las nubes y caían a la tierra. Erase una vez un
don nadie que, en su soledad, se creyó que era poeta.
Pensó que la muerte y el arte son sólo dos maneras en
que existir no es vivir. Y él, peregrino de aceras y paisajes sin tiempo para
morir, construye un mundo de oscuridades profundas, de fantasmales arrullos y
de sombras que susurran. Y en silencio, dibuja con la ilusión el rostro
angelical que una mirada perdida un día le sugirió. Érase una vez un almanaque,
con una hoja marcada en una fecha cualquiera en la que el mundo perdió a un
auténtico poeta.
Francisco Murcia Periáñez.