Un cuento para niños.
-Cuéntame un cuento, abuela-. Siona miró a su nieta esbozando un gesto de infinita ternura. La habitación en penumbras nadaba en un aroma de pinos jóvenes. Acababa de llover y las primeras luces de la noche se apagaban al mismo tiempo que una brisa helada inundaba el paisaje. La luz de una vela que ardía sobre la repisa de la pared al lado de la cama, animaba las sombras que parecían bailar al tremolar de la llama.
-Érase una vez, -comenzó Siona mientras abría la primera página de un libro de cubiertas duras y polvorientas, -en un país muy muy lejano donde todavía había castillos, príncipes y princesas, un niño que no hablaba, por eso lo llamaban Pocopico, Vivía en un bosque encantando donde todos, todos, hablaban; hablaban las piedras, y los árboles, las flores y los grillos, todos, menos los humanos, los humanos no sabían hablar, se habían olvidado porque hacía mucho tiempo habían inventado una cosa para entenderse sin hablar.
-Claro, por eso Pococo…, bueno, el niño ese que has dicho, no hablaba, ¿no abuela?
-Por eso y porque al haberse olvidado de hablar, los humanos, que habían perdido su invento, se gritaban, se enfadaban y no se entendían unos a otros. Así que Pocopico aprendió el idioma de los grillos, del viento, de las piedras y el que más le gustaba, el de un gorrión que tenía envidia de los canarios porque hablaban mucho, mucho, mucho y muy bonito. Y sucedió que el rey de aquel país ordenó que se abrieran todos los libros del reino para que los humanos volvieran a aprender las palabras.
-Entonces, abuela, Pococo..., bueno el niño del cuento, podía aprender las palabras en los libros.
-Él si las aprendió, porque los pájaros y las piedras, las rosas y los grillos, le dijeron su significado. Pero los mayores sólo entendían una frase: “esto es mío”, y se la repetían unos a otros, así que siempre se estaban peleando. Pocopico llamó a los niños, los invitó a su bosque encantado, y allí aprendieron otras palabras como nuestro, vuestro y de ellos y aprendieron también el idioma de los árboles, de las mariposas y el ronco y profundo latir de las rocas. Y el reino se salvó gracias al idioma de los niños.
-Abuela, los grillos no hablan, ni las mariposas ni las rocas. Este cuento es muy antiguo.
-Yaisa, mi niña bonita, si escuchas con atención, oirás la música de los seres y las cosas que te canta y que te dice: “duerme ya, niña bonita, y escucharás la canción”
Francisco Murcia. 15 – 02 - 2020